«No enloquecí, pero me desintegré para sobrevivir»

María Ysabel Cedano, directora de Demus, en entrevista a la revista Somos, da su testimonio sobre abuso sexual sufrido a los 11 años cuando el agresor la interceptó en la puerta de la iglesia a la que ella acudió para hacer su primera comunión. Muchos agresores sexuales actúan con planificación, premeditación y ventaja; merodean zonas que creemos seguras para los niños y niñas, y con engaños los interceptan. Nuestra directora habla también sobre la importancia de la prevención que debe ejecutarse desde el Estado y una justicia con enfoque de género que les crea a las víctimas y no las someta a nuevos vejámenes.

Entrevista: Ana Nuñez / Revista Somos
Foto: Elías Alfageme

Publicaste en Facebook tu testimonio. En este contaste que fuiste víctima de agresión sexual a los 11 años, como Jimena, la pequeña violada y asesinada esta semana. ¿Qué hizo que tomes esta decisión?
En primer lugar, me molesta que cada cierto tiempo algunos políticos usen la indignación que desata el horror de la violencia sexual y la impunidad que la rodea para plantear la pena de muerte y, por ende, discutir la competencia de la justicia internacional.

Esa es una razón bastante racional…
No. Para una mujer activista, feminista, como yo, es importante conservar la justicia internacional porque muchas veces es lo único que nos va a quedar a quienes no obtenemos justicia acá en el país, como las mujeres de Manta y Vilca, víctimas de violencia sexual durante el conflicto armado interno, o como las mujeres víctimas de esterilizaciones forzadas, que defendemos acá en DEMUS.

Entiendo. ¿Qué más, María Ysabel?
Lo segundo es que también me indigna que, a pesar de la estadística que señala que cada hora por lo menos se investigan dos delitos sexuales de parte del Ministerio Público, las personas hablemos de violencia sexual como si fuera ajena, como si fuera de terceras o terceros, que les sucede a los demás. Ahora comprendo por qué muchas todavía no estamos lo suficientemente fuertes para hablar. Pero yo creo que es necesario que empecemos a hacerlo en primera persona para darles el poder de denunciar a otras, a las que todavía no pueden.

Eso quisiste hacer con tu publicación.
No es la primera vez que hablo de mí como una sobreviviente de violencia sexual. Creo que lo que ha sido distinto esta vez es que lo he hecho con detalles. Una cosa es decir “a mí me abusaron sexualmente y soy una sobreviviente” y otra cosa es describir cómo fue.

Y que la situación haya sido similar a la de la pequeña Jimena.
Exactamente… y, por supuesto, que también me movilizó el tratamiento de los medios y de las redes. Cada vez que un medio de comunicación llama ‘monstruo’ a un violador es un retroceso, porque no se trata de enfermos mentales, depravados, o alguien fuera de la realidad; se trata –como decimos nosotras las feministas– de los hijos sanos del patriarcado que creen tener el derecho de violar impunemente. Por eso decimos que el Perú es un país de violadores y por eso tenemos que criticar la cultura de violación sexual, donde se culpabiliza a las víctimas. En el caso de Jimena (de quien incluso se hizo memes responsabilizándola por haber subido a la bicicleta del delincuente), creo que hay también un asunto de clase y raza, no solo de género, porque pienso que no se atreverían a hacer lo mismo con niñas cuyo entorno tiene el poder para defenderlas.

 

Fue un espejo el caso de Jimena para ti.
Cuando yo me enteré del caso de la niña, pensé en lo que me pasó y supuse inmediatamente en que la respuesta social iba a ser culparla por haber accedido a ir con el violador y asesino. Pero no saben que estos depredadores sexuales actúan con planificación, premeditación y ventaja. Tienen un modus operandi, saben cómo ganarse la confianza y un montón de maneras para vencer la defensa que cada uno tiene. Por eso creo que es importante desarrollar una cultura de prevención y no una de represión y muerte, en lugar de que el Congreso esté pensando en derogar la educación sexual con enfoque de género, señalando que lo que se va a enseñar es sexualidad de adultos, cuando de lo que se trata es de formar a niños y niñas para que sepan las maneras que tienen los agresores sexuales de acercarse, aprovechando momentos de soledad, de falta de afecto, etc.

Contaste que a ti te raptaron a los 11 años también y te agredieron sexualmente, aunque no llegaron a penetrarte y tuviste la “suerte” de que ese hombre no te mate.
Yo me resisto a que me digan que a mí no me violaron y que lo que pasó fueron actos contra el pudor. A mí no me destruyeron el pudor, ni siquiera sé lo que es eso. ¿Qué es el pudor? Es un concepto, además, teñido de moralidad.

¿Qué te destruyeron a ti, María Ysabel?
A mí me destruyeron… [guarda silencio unos segundos] la salud emocional. Yo soy una persona que para estar ahorita acá ha tenido más de 40 años de terapia y la sigo teniendo. Con los estudios, ahora, tú puedes saber que el impacto no solo es psicológico, sino también neurológico; que la violencia sexual, dependiendo que quién la hizo, a quién se le hizo, el momento en que te lo hicieron, el apoyo que tuviste o no de tu entorno, de tu comunidad, del propio Estado, que en mi caso no hizo nada… dependiendo de todo eso puede destruir el proyecto de vida en las niñas. En mi caso no ocurrió porque soy una persona que desde chica he tenido mucha claridad sobre mis objetivos de vida, pero sí mermaron mi salud emocional. No enloquecí, pero mi cuerpo se desintegró para sobrevivir, me disocié para sobrevivir, para que pasara todo lo más rápido posible.

Aún ahora, has contado…
Claro, porque a veces en la vida he tenido que enfrentar momentos de estrés postraumático, de volver a revivir ante nuevas amenazas, tener que integrar no solo mi razón, sino mis sentimientos. Muchas personas creen que con el paso del tiempo uno se va a olvidar. El cuerpo tiene memoria, el cuerpo no olvida. Se afecta tu salud emocional y también puede afectarse tu vida sexual. Cuando el violador me amenazó de muerte para que me desvistiera y yo no lo hice, me tiró una cachetada con una fuerza impresionante. Después de masturbarse sobre mí, me dejó ir y tuve que viajar en bus desde Pueblo Libre hasta San Martín de Porres, donde vivía. Llegué a casa, les conté a mis padres y por mucho tiempo no pude exigir que hicieran algo más que consolarme. Pero yo no quería consuelo, yo quería justicia.

¿Qué habría sido hacer justicia?
Yo respeto a todas las niñas, adolescentes, mujeres y sus familias que, como reacción humana, quieran matar a sus violadores o a los que violaron a sus seres queridos, pero yo nunca tuve ese deseo. Siempre tuve la claridad de que quitándole la vida al agresor no se iba a resolver lo que me pasó. Yo quería todo el peso de la ley que en ese momento estaba vigente, que nunca más le pasara esto a una niña y que todas supieran que deben estar alertas a que un extraño quiera violarlas. Por eso soy lo que soy, una defensora de los derechos de las mujeres. El feminismo me ha dado la consciencia, la claridad y las armas para hacerlo mejor.

Escribir esa carta y llevarla a una comisaría es una reivindicación para ti misma.
Exacto, es una reivindicación para esa niña… Es la primera vez que hago algo por mí y mi derecho a la justicia sin esperar que nadie más lo haga. Por parte del Estado aún faltan muchos cambios: que los violadores de mujeres adultas no tengan beneficios penitenciarios, que se apruebe la norma para que no prescriban los delitos de agresión sexual, que haya más prevención en educación sexual con enfoque de género y que se despenalice el aborto por violación para que no se termine imponiendo embarazos y maternidades forzadas a las niñas. Si yo hubiera sido una niña de 11 años embarazada por su violador, yo habría querido abortar. //



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