Cuestiones y preguntas del Comité CEDAW al Estado Peruano
Sin duda, el feminismo te abre los ojos al mundo de una manera diferente; terrible y maravillosa a la vez. Terrible porque de pronto y progresivamente puedes dejar de naturalizar mil y un formas de violencias machistas contra ti, contra las mujeres de tu vida, contra las mujeres del mundo, con sus diferencias de edad, clase, etnia, discapacidad, orientación e identidades sexuales y así un largo etcétera.
Por fin puedes ver que no es ni natural, ni humano, ni deseable que no se nos trate con justicia en múltiples espacios de la vida. Pero el feminismo abre también un mundo maravilloso de autonomía sobre el cuerpo y el proyecto de vida, de disposición al placer, de tumbarse prejuicios, y de una sororidad que te fortalece en un camino súper jodido, donde somos las “cortapenes”, “brujas”, “matabebes” y “machonas”. Lo curioso es que al mismo tiempo parece que somos las llamadas a hacer pedagogía constante, incansable y siempre en modo dialogante con cuanto/a ser justifique sus privilegios y te salga con algunas de estas “perlas”:
“Las mujeres tienen la culpa de ser violadas”.
“Una mujer violada no lubrica por lo tanto no saldrá embarazada”.
“Si le pegó tenía sus razones”.
“Se aceptan señoritas con buena presencia”.
“Sus ojos decían que sí, aunque su boca decía que no”.
“Es su obligación lavarme y plancharme bien la ropa”.
“¿Qué? ¿No quieres tener hijxs? Te vas a quedar sola y seca, qué clase de mujer eres”.
“Una mujer que aborta debería ir a la cárcel”.
“Qué más quieren esas que fueron esterilizadas, si ya tenían muchos hijos deberían dar las gracias”. “No es acoso, es piropo. Son unas exageradas, seguro todas paran con la regla”.
“Yo a mi hija no la mando al colegio, para qué, de ahí va a hacer su vida, quien va a ayudar acá en la casa”.
Y así sucesivamente…
Sin embargo, como el feminismo nos abraza (casi literalmente) también aleja de nosotrxs a los seres que manejan esas y otras ideas que solo fomentan el odio. Claro que darse cuenta de esto toma más tiempo y a veces no se ve como un valor, porque es muchísima la gente que no cuestiona el sistema de dominación patriarcal, machista y heteronormativo (¿cómo se come eso?). Pero también es muchísima la gente que desde sus propias experiencias puede empezar a notar -sin tener idea de que significa ni patriarcal, ni machista, ni heteronormativo– que de pronto, por el hecho de ser mujeres, ser pobres, ser discapacitadas, ser trans, ser andinas, etc. Son tratadas de manera diferente y discriminatoria, son tratadas como menos, y ahí hay un reto para nuestro movimiento feminista: el acercarnos.
Se alejará de ti (o te criticaran ferozmente hasta que se cansen) gente que cree que eres rara o problemática, quienes no acepten que una mujer haga, diga, piense, sienta, desee y busque por y para sí misma. A veces no es fácil que la gente se aleje de ti, pero cuando se alejen quienes no valen el esfuerzo pedagógico porque es muy difícil permear en ellos/as, no solo no va a ser fácil, sino que va a ser bien bacán. Porque personas que quizá antes no veías, o no aparecían, se presentan como compañerxs insondables de la vida en el camino de la lucha por un mundo más justo, que pasa por el feminismo, pero que sin duda abarca también muchas otras luchas.
Es cuando somos conscientes y autoconscientes de nuestro activismo feminista por el mundo que ya no le tememos a las etiquetas (porque sencillamente no son tan importantes), cuando trabajamos gratuita -y ojala también remuneradamente- por abrir espacios para otras, por hacer la tan agotadora pedagogía, por incidir con quienes toman las decisiones, por transformar el mundo más allá de nosotras… que de pronto algo sucede. Algo que me ha pasado a mí, y también a muchas con las que comparto y quiero: de pronto somos nosotras las que empezamos a desaparecer.
Suena terrible, pero lo que trato de decir es que nosotras dejamos de ver hacia dentro, hacia nosotras mismas. Nuestro activismo está afuera, nuestra lucha está afuera, es desde nosotras contra el mundo, porque claro: el mundo así lo demanda porque es agresivo y amerita que se responda con contundencia y en movimiento. Pero mientras eso sucede, nos postergamos y dejamos de cuidarnos. Entonces deja de ser una prioridad: cuidar nuestra salud (física y mental), cuidar nuestro cuerpo, atender nuestros espacios fuera del movimiento, darle espacio a las personas a las que les abrimos la puerta de nuestras vidas revisando no replicar prácticas patriarcales, postergamos nuestras metas personales, nos ponemos en situaciones de peligro o riesgos voluntariamente y así…
Eso nos muestra algo que quizá ya sabemos: que como feministas estamos dentro y fuera del sistema sexo/género, que parte de nuestra lucha también es personal y eso muchas veces no se ve y también se nos olvida.
Nuestros feminismos no deben pasar por ningún feministometro que los haga más o menos legítimos. Es más bien gracias a nuestros feminismos que puede partir esta reflexión, aquella que te confronta y te lleva a pensar cómo les vas a pedir a otras mujeres que se empoderen en tal o cual situación, si tú aún estas trabajando en tu propio ser. Te baja al llano, y no es que con esto se nos deslegitime, es totalmente al contrario: en la revisión de nuestras prácticas está nuestra fuerza.
En tener la valentía de identificar que, quiénes y cómo nos hacen daño (incluidas nosotras mismxs) por acción u omisión. Con esa autoconsciencia transformamos nuestra propia vida y así nos acompañamos con otras en su propio camino, para encontrarnos.
Ese mundo agresivo, que nos quiere aplastar con sus formas de dominación invisibles y visibles, gana cuando nos olvidamos que nuestra primera militancia feminista tiene que ser con nosotras mismxs. Lo tranquilizador del asunto es que nunca va a ganar, aunque parezca que por momentos sí, no terminara de ganar jamás, porque somos muchas, porque persistimos, no lo dejaremos ganar.
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